jueves, 13 de enero de 2011

La Ruta en "km cero"


Guía: La Ruta de las Picadas

Reporteado por: Tanya Hirsch

Cinco locales ubicados entre Santa Rosa y San Diego combinan patrimonio gastronómico con memoria popular. Son lugares donde sandwiches de pernil y terremotos se sirven entre muros cubiertos de banderitas chilenas y mensajes con historias de clandestinidad.
Los edificios de Santiago centro son testigos silenciosos de la historia capitalina. En las paredes de sus comercios se esconden los secretos de nuestra identidad urbana. En las manzanas delimitadas por la Universidad de Chile en San Diego y el edificio Endesa en Santa Rosa, se encuentran cinco bares y restaurantes típicos, cuyas ofertas realzan la historia nacional. Son lugares donde la cultura va directo al estómago.
 
Fue la Corporación Cultural Gestarte la que definió esta ruta de picadas. Es un recorrido que realizan una vez al mes con grupos de hasta 15 turistas y curiosos para rescatar nuestro pasado urbano a través de un paseo entretenido. “El fin es relevar a estos locales como espacios valiosos por su tradición, cultura y gastronomía, potenciando su reconocimiento como parte integral de nuestro patrimonio cultural e identidad”, dice Nicolás Aguayo (24), historiador integrante de Gestarte, acerca de esta iniciativa que a cambio de $4.500 pesos incluye un tour histórico con guía y degustaciones en dos locales.
¿Cómo participar?
Por 4.500 pesos se puede recorrer estos bares y restaurantes que forman parte del patrimonio histórico nacional. Para más información sobre fechas y plazos sólo hay que escribir a gestarte@gmail.com o visitar el blog larutadelaspicadas.blogspot.com.
“Las picadas históricamente han funcionado como espacios de bohemia y encuentro social. Desde las chinganas y fondas arrabaleras del Santiago colonial, se ha tratado de lugares que no sólo presentan la abundancia, buenos costos y excelente calidad de la comida criolla, sino también se trata de ambientes emblemáticos donde se rememoran y recrean memorias populares, que forman parte constitutiva de nuestra identidad. Lugares que guardan entre sus murallas grandes anécdotas, amores y dolores de otros tiempos, las cuales van traspasándose a través de la oralidad y continúan allí aconteciendo”, explica Aguayo.


Museos costumbristas
El recorrido comienza en la vereda oriente de Santa Rosa  ( en el número 34) hacia el sur desde la Alameda. Con más de 20 años de vida, Las Tinajas de Villa Alegre es un clásico. Su carne mechada de pollo ganso en sándwich de marraqueta (2.200 pesos)  y las prietas caseras de 40 cms con papas cocidas (1.800 pesos) son una leyenda a la hora del almuerzo. Su decoración simula una ramada dieciochera, creando un ambiente familiar tradicional. Su extenso horario lo mantiene abierto de lunes a sábado de 9 am a 2 am. Los viernes en la noche se ofrece cueca en vivo.
La segunda parada es en el barrio París-Londres. El D’jango (Alonso de Ovalle 871) sirve desde 1962 sus famosos sándwiches de pernil en marraqueta (1.400 pesos) y arrollado (1.500 pesos), que también se ofrecen al plato con ensalada y papas cocidas (3.800 pesos cada uno). Para tomar hay chicha y pipeño (500 pesos la caña, 900 el medio litro), terremoto (1.300 pesos el medio litro) y borgoña de chirimoya (1.500 pesos el medio litro). Otra especialidad es el “vinito de la casa”: “500 pesos la cañita bien bigoteadita”, dice Rubén Pacheco (42), garzón del local.

El D’jango, que lleva ese nombre por el vaquero del “spaguetti western” (como era conocido el género europeo en los ‘60) encarnado por Franco Nero, combina el viejo oeste con la estética rural criolla con pipas (barriles para chicha) en vez de mesas, radios antiguas, sombreros, figuras de madera y, por supuesto, afiches de la película del pistolero italiano. De fondo suenan infinitas rancheras. Horario: Lunes a Jueves de 10 a 21 hrs y viernes de 10 a 22 hrs.

La memoria en las paredes
Otro local que se visita en el tour es el famoso Rincón de los Canallas. Este local es un emblema de la resistencia y contracultura en la dictadura. Funcionó como clandestino desde los ‘80 y se hizo famoso por su “santo y seña”, clave que era obligatoria para entrar cuando su dueño, don Víctor Painemal, preguntaba a los comensales: “¿Quién vive canalla?”, a los que se debía responder con la seña que diariamente era revelada por la radio Colo-Colo. En la actualidad y con patente en mano, el Rincón ya no está en el clásico final de pasillo de San Diego, sino que en una casa antigua de principios del siglo XX ubicada en Tarapacá 810. Aún resiste a pesar de la avanzada edad de sus dueños y las miles de historias que transcurrieron en los toques de queda, muchas de las cuales se conservan en sus paredes a través de fotografías y documentos. Éstos asoman entre cientos de mensajes de los visitantes, hay una croquera y un lápiz siempre dispuestos, como es la tradición. Los viernes en la noche se exige reserva para disfrutar de distintas atracciones, como música en vivo y los servicios de un viejo fotógrafo.
Una colación que varía entre porotos, cazuelas y asados vale 1.800 pesos. En el menú se ofrecen platos como “Transantiago Express” (pernil, chuletas, arollados, longanizas, arroz, papas y ensalada para dos por 9.880 pesos) o el Vitalicio (Lomo de cerdo ahumado, costillar y arrollado a 7.200 pesos).

La ruta continúa por el restaurante La Pipa (Serrano 299). Aquí el visitante puede hallar un espacio más íntimo y tranquilo para cenar buena y abundante comida chilena, con menús que cambian a diario y a módicos precios, que van desde  los 1.890 pesos, por el ajiaco o por la cazuela con ensalada y postre, también hay plateada con sopa y postre por $2.490. A un costado tiene una cantina con un gran mesón donde se venden jarros de borgoña de frutilla o chirimoya o el clásico terremoto, ambos por 4.000 pesos.

La Pipa es una gran y antigua casa de adobe de techos altos y varios salones cuyas paredes están adornadas con fotografías con motivos nacionales que son obra del padre de la dueña del local Claudia Rivas (42), don Óscar (62), y que cambian dos veces al año. Actualmente se expone una serie de imágenes de Chiloé sacadas después del terremoto de febrero. El local tiene una estética tan típica chilena que ha sido usado como locación para series como “Adiós al séptimo de línea” (2010) de Megavisión. A pesar de su capacidad para cerca de 300 personas, cada viernes hay que competir con sus fieles clientes y hacer fila para conseguir una mesa.

Chico Trujillo a las pistas
El último lugar del recorrido es el bar-restaurante conocido como el palacio del terremoto: Las Tejas. Con una larga historia en diferentes ubicaciones, en la actualidad se encuentra en San Diego 236 en lo que fue el antiguo teatro Roma. Se trata de un espacio amplio donde caben unas 400 personas, con público más juvenil debido a su cercanía a centros de estudios. En la semana se ofrecen parrilladas a 14.990 pesos para tres personas que incluye bistec, pollo, chuleta, pulpa, longaniza, prietas, chunchules, ubres y pernil, acompañado de vino y ensalada. La chorrillana para dos tiene un valor de 5.990 pesos, y suele acompañarse del famoso medio litro de terremoto a 1.600 pesos. Aún se ve recorrer entre sus mesas a don Egidio Altamirano, un acordeonista en su séptima década que toca los días de semana desde hace más de 20 años. El lugar está decorado con murales pintados con motivos chilenos como imágenes de fondas o de La Tirana.
Entre jueves y sábados por la noche el local se transforma en un centro de eventos, ofreciendo conciertos de grupos como 3×7 veintiuna, Banda Conmoción y Villa Cariño.
Pese a que varios de estos restaurantes son bastantes conocidos en Santiago, algunos se encuentran alicaídos o amenazados por diversos factores. El avance de la edad de sus dueños, los cambios generacionales de los consumidores, la competencia con la comida rápida y envasada, son sólo algunos. Sin embargo, lo que más los ha afectado son las transformaciones del entorno barrial. Cada una de estas picadas es muy antigua y fue construida al asilo de sectores residenciales, barrios obreros o centros industriales. En la actualidad, muchas de estas manzanas han cambiado hacia un comercio moderno y muy lejano del tradicional.

La Corporación Cultural Gestarte cree que en la medida en que se conozca la profundidad histórica y cultural de las picadas “se potenciará su valoración al interior de la comunidad, se velará por su conservación y se enriquecerá su sentido, en tanto nuevos habitantes se hagan parte de los lazos sociales que en ella se gestan”, finaliza Nicolás Aguayo.

Fuente: http://www.kilometrocero.cl/2011/01/guia-la-ruta-de-las-picadas/

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