martes, 8 de noviembre de 2011

La terremoteada Ruta de las Picadas

Una vez al mes Gestarte organiza una caminata por el Barrio Paris-Londres y el sector San Diego que, por 7 lucas, incluye degustación –terremotos incluido- en 2 de 4 míticas cantinas: Django, El Rincón de los Canallas, Las Tejas y Las Pipas. Este es el relato de una de esas “agotadoras” jornadas.
Los aportes de don Teobaldo, rutero de 86 años, van de bonus track.


Fuente: La Nación


- “¿Estoy inscrito? ¡Ayer te confirmé por mail!”, expresa compungido Juan Guillermo Muñoz.
- “Sí..., sí, sí estás”, titubea Sandra Quiñones, tras revisar varias listas, y recibe los 7 mil pesos que él extiende ansioso.
Ella trabaja en Gestarte, Corporación Cultural sin fines de lucro que, junto a otras actividades, una vez al mes, impulsa “La Ruta de las Picadas”: una caminata por el Barrio Londres y San Diego que incluye degustación en 2 de las 4 míticas cantinas. (www.gestartecultura.cl)

Él es académico de Historia en la USACH y uno de los 29 ruteros de la jornada a iniciar. Hay varios matrimonios maduros. Un par, chilenos exiliados en Venezuela y chavistas. “A ustedes no les gusta, pero ha sido muy bueno con nosotros y su pueblo”, acicateada por un terremoto, diría más tarde una de las señoras.

Una pareja santiaguina invitó a sus compadres de Valparaíso. “Siempre hablan de las picas del Puerto, cuando vi la nota del diario dije: Aquí también tenemos picadas”, contará después la señora Molleo.
También está un turista español, una gringa y su chaperón, un caballero de 86 años -don Teobaldo Bizama, que no deja de mirar su reloj de bolsillo- un pintor, una atractiva joven sola, varios más, yo y Javiera, mi hija, que tomará las fotos.

TENEMOS SEEDD
- “Desde el año pasado se realiza una vez al mes, sólo en septiembre no hay quórum. El ideal son 20 a 25 ruteros, pero si llegan más… no los vamos echar. Hasta ahora nadie se nos ha perdido”, cuenta Sandra.

Mario Cavalla -el otro guía- instruye para evitar extravíos y explica que son una “ONG de desarrollo cultural” y que esta actividad se enmarca “en el rescate del patrimonio histórico y gastronómico de bares tradicionales” y que se “pretende validarlos como espacios de reunión y memoria”, además de “potenciar el atractivo turístico de la zona y fortalecer la identidad de los vecinos con su barrio”.
Aclara que “básicamente, una picada es un lugar de cocina popular, atendido por sus dueños y con precios económicos”.

Varios ruteros miran de reojo la hora. “¡Tengo sed!”, me dice Javiera. Pero en la primera visita sólo hay agua bendita. La Iglesia San Francisco fue una ermita que albergó a la Virgen del Socorro que Pedro de Valdivia trajo en su montura. La misma pequeña figura que hoy escucha ruegos y plegarias en el enorme templo rojo -varias veces terremoteado y reconstruido- monumento nacional desde 1951 y candidato a patrimonio de la humanidad desde 1998.

Allí también se guarece Fray Pedro Beroucci con tantas “gracias por favor concedido” que compite en milagroso con Romualdito y otras animitas famosas.

PARÍS LONDRES
Pasamos al Barrio Paris-Londres con su ecléctica mezcolanza arquitectónica donde destacan el Instituto O’higginiano.

En la vereda de Londres 38, donde estuvo el cuartel Yucatán de la DINA, baldosines metálicos recuerdan a los que allí desaparecieron hace casi 4 décadas. Un lienzo colgante denuncia que José Huenánte, mapuche de 16 años, despareció en un furgón policial en 2005.

Observamos el Hotel Vegas, ex Princesas, donde en la pieza 2 –que ya no existe- el “Enano Maldito” degolló a una prostituta el 68 y, en el 98, un brasilero a su esposa.

Una señora destaca el silencio -“no parece Santiago”- cuando entramos a la Plaza José Toribio Medina. Sandra resalta los dones intelectuales y cleptómanos del bibliógrafo e historiador chileno. El académico Muñoz aclara: “sus detractores dicen que se desmayaba en las bibliotecas de España y cuando iban a buscarle agua, escondía los libros en los profundos bolsillos de sus abrigos”.

Sandra nos convoca: “Ahora nos vamos a tomar… -un masivo ¡heeeee! brota espontáneo- …una foto grupal”. Surge un “¡buuuuu!” decepcionado

- “Miren la cámara. No digan whisky. Digan ¡terremoto!”
“¡¡TERREMOTO!!”

EL RINCÓN DE LOS CANALLAS
Al fin llegamos al Django (Alonso Ovalle 871). Restaurante de chicha y chancho inaugurado el 69, cuando el vaquero solitario arrasaba con la taquilla de los cines centricos. Los platos en oferta -prietas, longanizas, costillar, chuletas c/agregado- se ven abundantes y apetitosos.

Así como, crujientes y sabrosas las marraquetas de pernil y lengua, que desde la vitrina parecen burlarse cuando nos alejamos. Para espanto de mis jugos gástricos la visita al pantagruélico lugar no incluye cata de ninguna especie. Don Teobaldo, que así se llama el anciano, me muestra su reloj: “llevamos una hora haciendo sed, ji, ji, ji”.

Caminamos por Tarapacá hasta el 810. El Rincón de los Canallas. Mario toca el timbre. Pasa un rato… muy largo para la paciencia de don Teo, que golpea de nuevo.

Se sienten pasos. “¡Chile Libre!” dice el guía y poco después se abre una sola hoja de la puerta. Uno a uno, casi clandestinos, ingresamos por la estrecha entrada. Víctor Painemal en persona –con todos sus años a cuestas- saluda de apretón de mano a cada rutero. En el lugar se respira la complicidad de burlar juntos el toque de queda.

ARAUCO VIVE
Al igual que San Diego 378, el recinto original, el lugar está tapizado de tarjetas de visita y mensajes garabateados en la pared como testimonio de los que ahí festejaron alguna vez. El académico corre al baño y varios esperamos turno. También hay fotos de Allende, el Che, Neruda, Víctor Jara y rayados avisando que “¡Arauco Vive!”, por todas partes.

Al segundo piso se trepa por dos escaleras: una empinada de madera y otra estrecha de caracol. Arriba es muy acogedor y un tipo, guitarra en mano, canta ¡vivas! “a la chicha y el vino”. Los canallescos parroquianos lo acompañan con las palmas. Hay muchos cuadros de paisajes dejados en pago por el consumo.

Sobre dos mesas nos esperan varios jarros de maremoto: “Pipeño, helado de piña, granadina y duraznos picados que reposan en el fondo”, explica Cavalla. El largo paseo cultural secó las gargantas ruteras y la refrescante mezcla disminuye rápido. “Váyanse con cuidado. Parece suave, pero arrasa con todo”, advierte el guía. Nadie quiere oírlo.

Painemal cuenta su propia leyenda. Partió en San Diego como el “Rey del Pollo Asado”, donde cobijó a la bohemia y sus amigos durante el toque de queda. Cuando, en el plebiscito de 1980, Pinochet trató de canallas a los que votaron en contra, rebautizó el negocio con el nombre actual: El Rincón de los Canallas. Los platos pasaron a llamarse Vietnamita, Terrorista, Guerrillero y para ingresar había que conocer una contraseña que se trasmitía boca a boca o, en clave, a través de un programa radial.
Sandra recuerda que restan dos picadas más. La escalera se empinó aún más. Vamos todos más chispeantes y parlanchines. “Se da cuenta que ahora estamos hablando todos”, me dice una chavista con ojos achinados.

Don Teo confiesa que no ubicaba Los Canallas: “Se da cuenta, 86 años perdidos”, y ríe de buena gana. Su hija supo de la “Ruta…” por la Radio ADN, y me dijo “anda viejo que tú no salís nunca. Es que mi mujer (85) tiene Alzheimer y nos pasamos puro cuidándola. Cada 8 horas su mudadita… y todo por culpa de los médicos”, alega sin perder el humor.

LAS TEJAS
Llegamos hasta Tarapacá con San Diego. La Polar aún huele a incendio. Cavalla refresca los recuerdos y menciona pretéritas tiendas que alguna vez animaron el sector: Michaely, Enrique Gendelman, la Casa del Pie Chiquitito, el Teatro Esmeralda… y todos hacen un aporte citando añejos locales, “Los Gobelinos”, “Casa García”, muchos de los cuales nunca estuvieron por ahí.

El próximo destino es Las Tejas. El actual local se tomó el ex Teatro Roma a principios de los 90. Sus orígenes se remontan a una chichería popular del sector San Pablo que “era templo de peregrinación para trasnochadores y adictos a las ambrosías de la fermentación de la uva en los años 50”, reza su historia en la red.

Un incendio, en los 60, lo dejó en escombros. Y un parroquiano habitual, reportero gráfico de El Mercurio, Leoncio del Canto Zamora, “Caruso”, vendió su casa y bienes y lo levantó en Nataniel. El lugar se hizo famoso por sus tres tipos de chichas: dulce, demisec y seca, y se convirtió en centro de reunión de políticos, periodistas e intelectuales.

Ahora, en San Diego, mesas y sillas reemplazaron a las butacas. Las paredes ya no tienen conservan desteñidos murales con escenas folclóricas. Aunque el lugar está repleto, muchos aún pugnan por ingresar. Adentro, bajo una manta gris de humo tabacalero, decenas de –aparentemente- universitarios parlotean y discuten acicateados por cervezas y terremotos que, con los años, desplazaron a la chicha y al pipeño sin helado.

.- “Voy a buscar al dueño. Para que les cuente algunas historias”, avisa Cavalla.
.- “¡Nada de historias! Mejor un terremotito primero… ji, ji, ji”, dice don Teobaldo.
Sólo algunos de los ruteros se animan a deambular entre las mesas y tomar fotos a los parroquianos que están demasiado absortos como para darse cuenta que son objeto de estudio.

El matrimonio Dávila Torrejón, me cuenta que desde los 70 están exiliados en Venezuela y que después de mucho tiempo vinieron a Chile con los Peña Sepúlveda. Ahora andan juntos en la Ruta… Me cuentan que aman a Chávez, -“aunque a ustedes no les gusten”-, por todo “lo que ha hecho por su pueblo y los exiliados chilenos”.

EL ZURCIDOR JAPONÉS
Tras un rato de observación nos retiramos. Ya fuera del local, Sandra nos contabiliza. Somos 28. Falta uno. No está don Teo. Organizamos una avanzada para sumergirnos en la humareda e ir al rescate del rutero Teobaldo, cuando el anciano surge tentado de la risa con un terremoto –grado 12, por el tamaño- en la mano.
- “Me estoy desordenando…ji, ji, ji”, dice a modo de excusa.
-“¡Don Teo…! Si llega “malito” a su casa no le van a dar permiso de nuevo…”, lo reprendo amistosamente.
- “Sí, sí. Es mucho para mí –dice compungido y me ofrece el enorme cáliz- póngale no más”.

No puedo negarme ante un anciano en apuros y opto por ayudarlo con el casi balde de pipeño y helado. El español y Javiera también se conmueven y aguardan su turno. Antes de llegar a Eleuterio Ramírez con Arturo Prat, entre los 4 damos cuenta del peligroso bebestible.

Cavalla cuenta que en ese sector, entre muchos locales, está el más afamado remendador de prendas: “El Zurcidor Japonés”.
- “Ahí venían las novias que querían llegar vírgenes al matrimonio… ji, ji, ji”, acota -a estas alturas- don "Terremobaldo".

LAS PIPAS DE SERRANO
Llegamos a Las Pipas de Serrano. En la esquina con Eleuterio Ramírez está el bar anclado en antaño. Por el costado se ingresa a una enorme casona, de laberínticos pasillos, habitaciones amplias y cielos muy altos. El lugar también está repleto, pero un reservado nos aguarda.
Claudia, la hija del dueño, nos da la bienvenida, nos lee la carta -sanguches de pernil, plateada, pollo, mechada, arrollado y… vegetariano- y toma el pedido. Todo incluido en las 7 lucas.
- "¿A qué hora sirven el desayuno?" pregunta canchero un porteño.

Llegan los jarros con el líquido vital. El helado flota, cual iceberg en la superficie. No hay con que revolverlo y don Teobaldo coge una cuchara que se le cae adentro y resulta ser la del pebre. Está rico igual. Es más fuerte que el maremoto, un poco más amargo y, obvio, algo más picantito.

La conversación salta de un tema a otro. Los matrimonios porteños Nanjari-Barrientos y Bahamondes –Molleo no se ponen de acuerdo si las picadas de Valparaíso o las de San Diego son mejores.
En otra mesa una joven festeja el cambio de folio y nos sumamos al cántico tradicional. Ella, cual novia, se acerca agradecer. Y el que sería el novio la cuida detrás. Los chilenos venezolanos le entonan el saludo caraqueño para estas ocasiones. Es bastante más largo y con más parabienes que nuestro típico cumpleaños feliz.
- “Dura más que discurso de Chávez”, les comento en chunga, pero no les causa ninguna gracia.

NADIE SABE CUANDO TERMINA
Don Teobaldo cuenta que nació en Lota hace 86 años y alega contra los ejecutivos de La Polar, “que se robaban la plata de los Fondos de Pensiones, se da cuenta…”.
- “¿Y qué opina del conflicto educacional?” le pregunta Javiera a propósito de escopeta…
- “No sé… pero la educación era gratuita cuando el cobre estaba a 20 centavos. Ahora que está 20 veces más caro, hay que pagar…
- “¿Quiere ser mi abuelito? Yo lo adopto y le compro terremotitos…”, le dice Javiera.

Los jarros se vacían antes que lleguen los sándwiches y hay que pedir una nueva ronda, ahora financiada aparte. Las marraquetas están crujientes como recién salidas del horno. Mi plateada de miedo y como nadie se queja supongo que los otros emparedados están igual de espectacular.
Los guías hacen un brindis, venden chapitas de recuerdos, anuncian la próxima ruta para el 18 de noviembre y dicen, “les dijimos que esto empieza a las 7, pero nadie sabe a qué hora, cómo, dónde, y con quién… termina”. Se produce una carcajada y algunos intercambios de sonrisas y miradas. En realidad ya es bastante tarde.
- “Gracias papá. Este Chile me gusta más”, me dice Javiera.

Don Teo ya no está.
- “¿No se habrá ido al Passapoga?", dice alguien... todos ríen

Lunes 7 de noviembre de 2011| por Eduardo Rossel / Fotos: Javiera Rossel y Gestarte

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